Era 17 de Marzo.
Era 1992.
Era el mediodía.
Aquel “no sonido” no me lo quitaré nunca de encima. Es como que el aire se hubiera ido. Es un agujero que todo lo succiona. Es la ausencia. La falta. El no-sonido que grita desconsoladamente.
Los vidrios estallando sobre mi escritorio y cayendo encima de todo. Encima mío. Eso es el caos. Quedarse inmóvil unos segundos hasta que las desconectadas neuronas comienzan a hacer sinapsis y le dan una explicación a una situación. Afortunadamente las persianas americanas estaban bajas por el calor y el horario. Entonces ellas se encargarían de amortiguar parte de los vidrios.
Las luces del edificio se apagaron y se encendieron las de emergencias. Tomé mi saco como para salir del edificio. Antes recorrí parte del piso para saber si habían otras personas. Me había quedado en la oficina en el horario de almuerzo ya que tenia que terminar unos informes para Aurelio. No encontré a nadie.
Al llegar al hall del cuarto piso, estaba el guardia de seguridad diciendo que había alguien atrapado en el ascensor. Logramos escucharnos a través de las herméticas puertas de acero. Era Leticia. Ella pensaba que había sido un corte de luz y por ello estaba atrapada.
Nosotros no sabíamos que había pasado. Pensamos que había habido un atentado en el consulado de Colombia que estaba en el primer piso de nuestro mismo edificio. Pensamos que había sido un atentado de algún cartel de la droga colombiana que quería generar caos o vaya a saber que.
Logramos abrir las puertas del ascensor y ayudar a Leticia a salir. Siempre me da miedo cuando los ascensores quedan entre dos pisos y hay que ayudar a las personas a salir. Pienso que arrancan de repente. No se. Miedos.
Debíamos abandonar el edificio. Pensaba que si el atentado había sido en el consulado colombiano, pasaríamos por allí al bajar las escaleras. Que quizás no era buena idea. Pero tampoco era buena idea quedarse en el edificio. No sabíamos que había pasado.
Salí a la calle Carlos Pellegrini aun sin saber nada de lo que había ocurrido. Me di cuenta que no era en mi propio edificio. Desde la esquina de Arroyo venia todo tipo de ruido y gente ensangrentada.
Pude llegar a la esquina para ver que el lugar donde pasaba cada día y era la embajada de Israel en Argentina había desaparecido. La escena jamás pensada. No pude acercarme mas. No quise. Yo era el tipo de vecino que cada día que pasaba por allí para ir a almorzar, saludaba a los guardias que estaban en la garita que ocupaba parte de la vereda. Nunca supe sus nombre. Nunca.
Volviendo sobre mis pasos ya que no avanzaría por Arroyo, recién ahí veo que los edificios de Cerrito, a mas de 100 metros tenían sus vidrios rotos…la onda expansiva, pensé. Igual que los vidrios de mi oficina hechos añicos por la onda expansiva.
Han pasado 25 años sin saber nada. 25 años de mi vida desde que escuché ese “no sonido” que recuerdo perfectamente.
Aquí, en este evento, utilicé una de mis 7 vidas. 22 otras personas utilizaron su última vida. La única. La real.